2. DICHOS DE BERNADETTE


Bernadette Soubirous


Bernadette no ha dejado casi nada escrito, pero los archivos del convento de Saint-Gildard, en Nevers -donde vivió como monja con el nombre de religión de Marie-Bernard- , conservan las actas del proceso canónico y los testimonios tomados en aquella ocasión a sus hermanas de hábito y a todos los que estuvieron en contacto con ella, sobre todo en los años que pasó en el convento, entre 1866 y 1879. Son recuerdos, anécdotas, episodios, respuestas grabadas en la memoria de los interlocutores. Con este heterogéneo material el convento de Saint-Gildard, gracias también al trabajo de investigación del teólogo René Laurentin, ha realizado un libro, editado en Francia en 1978 con el título Bernadette dissait… y traducido recientemente al italiano. Hemos sacado una pequeña antología en la que puede verse la personalidad de Bernadette y su modo sencillo y humanísimo de vivir la fe cristiana. Ofrecemos los testimonios en el orden cronológico propuesto por el libro, aludiendo en algunos casos al contexto del episodio descrito para facilitar su comprensión. 


Lourdes, 1858-1866 

1858 

ENERO 
Bernadette está de pastora en Bartrès. 
«Decidle a mis padres que aquí me entristezco. Quiero volver a Lourdes, para ir a la escuela y prepararme para la primera comunión». 


EL PERIODO DE LAS APARICIONES  
21 DE FEBRERO 
Después de la sexta aparición, al salir del despacho del comisario Jacomet: 
«¿Por qué te ríes?» le preguntan. 
«El comisario temblaba. Tenía una borla en el birrete que hacía tintín». 

23 DE FEBRERO 
«¡Haces venir a mucha gente!» 
«¿Por qué viene? Yo no voy buscarla». 

24 DE FEBRERO 
«¿En qué te ha hablado? ¿En francés o en dialecto?» 
«¡Anda! ¿Quiere que me hable en francés? ¿Cree que yo lo sé?». 

25 DE FEBRERO 
Durante la novena aparición se la oye repetir: 
«Penitencia… Penitencia… Penitencia…». 

Al final se registra este diálogo: 
«¿Qué te ha dicho?» 
«Ve a beber a la fuente y a lavarte» 
«¿Y la hierba que has comido?» 
«Me lo dijo también…» 
«¿Qué te ha dicho?» 
«Come esa hierba que hay allí» 
«¡Los animales comen hierba!» 
«¿Por qué toda esta agitación hoy? Ayer Aquero me dijo que besara la tierra como penitencia por los pecadores» 
«¿Sabes que creen que estás loca si haces esas cosas?» 
«Por los pecadores». 

25 DE MARZO 
Bernadette se despierta muy pronto y se viste: 
«Tengo que ir a la gruta. Si queréis venir conmigo daros prisa» 
«Piénsatelo, puedes empeorar…» 
«Ya estoy buena» 
«Espera por lo menos a que salga el sol» 
«No, tengo que ir enseguida». 

En la gruta, ante la aparición: 
«Señorita, ¿quisiera usted tener la bondad de decirme quién es, por favor?» 

Bernadette se aleja de la gruta riendo: 
«¿Sabes algo?» 
«No se lo digas a nadie. Me ha dicho: “Yo soy la Inmaculada Concepción”». 

27 DE MARZO 
Examen médico realizado por tres doctores: 
«¿Tiene dolores de cabeza a veces?» 
«No» 
«¿Ha tenido crisis nerviosas?» 
«Nunca» 
«Su salud sin embargo, parece precaria» 
«Como, bebo y duermo muy bien». 

Durante el examen médico, respecto a la Virgen: 
«Sí, la veo como le veo a usted. Se mueve, me habla, tiende sus brazos» 
«¿No tienes miedo cuando ves tanta gente a tu alrededor?» 
«No veo nada en torno». 

MAYO 
Corre de nuevo el peligro de ir a la cárcel: 
«No tengo miedo de nada, porque siempre he dicho la verdad». 

4 DE JUNIO 
El día después de la primera comunión de Bernadette, Emmanuélite Estrade le pregunta: 
«¿Qué te ha hecho más feliz: la primera comunión o las apariciones?» 
«Son dos cosas que van juntas, pero que no pueden compararse. He sido muy feliz en las dos». 

16 DE JUNIO 
Última aparición. Al atardecer, Bernadette se siente empujada hacia la gruta 
«¿Qué te ha dicho?» 
«Nada». 


DESPUÉS DEL 16 DE JULIO, LAS PRUEBAS: 
EL ASALTO DE LAS VISITAS 

28 DE AGOSTO 
Al abad Fonteneau: 
«No le obligo a creerme, sólo puedo responder diciendo lo que he visto y oído». 


«Así que Bernadette, ¿ahora que la Virgen te ha prometido que irás al cielo, no necesitas preocuparte del cuidado de tu alma?» 
«Pero padre, yo sólo iré al cielo si me porto como se debe». 

17 DE NOVIEMBRE 
En la gruta, después del interrogatorio de la comisión eclesiástica: 
«Estoy muy cansada». 

1859 

MAYO 
Marie de Cornuijer-Lucinière la interroga respecto a los secretos: 
«¿Se los dirías al Papa? 
«No necesita saberlos». 

1860 

El abad Junqua visita a Bernadette. Después de dos horas de coloquio le dice: 
«Volveré… Acuérdese de mí. Prométame que se acordará de mí» 
«Esto no se lo prometo. Veo a tanta gente y de todos los tipos». 

7 DE DICIEMBRE 
Interrogatorio ante monseñor Laurence, obispo de Tarbes: 
«No parece una idea digna de la Virgen el que te haya hecho comer hierba» 
«¡La ensalada la comemos!». 

1861-1862 

El abad Bernardou quiere hacer unas fotos a Bernadette para fijar la expresión que su rostro podía tener durante las apariciones: 
«No, así no. No ponías esa cara cuando estaba la Virgen» 
«Pero ahora no está». 



1864 

Han fotografiado a Bernadette y las fotos se vende a un franco la unidad… 
«Bernadette, ¿piensas que te venden a buen precio?» 
«Más de lo que valgo». 

1866 

El día antes de salir hacia Nevers, Justine, la hija de su nodriza Maria Lagües, va a despedirse de Bernadette: 
«¿No te da pena irte? 
«El poco tiempo que estamos en el mundo hay que emplearlo bien» 


nevers, 1866-1879 

Testimonios de sus hermanas de hábito y de personas que vieron a Bernadette durante su permanencia en la casa general de la congregación de las Hermanas de la Caridad de Nevers, desde 1866 hasta el día de su muerte, el 16 de abril de 1879. 

1866 

JULIO 
Sor Emilienne Duboé: 
Me encargaron de ocuparme de Bernadette desde que llegó al noviciado, para acostumbrarla… Lo que le dolía era no ver la gruta de Lourdes: «Si tú supieras», me dijo, «lo que he visto allí». Tenía la intención de preguntárselo, pero me respondió que no podía decir nada, que la madre maestra se lo había prohibido. Me decía: «Si supieras qué buena es la Virgen». 
Un día Bernadette me hizo ver que hacía mal la señal de la cruz. Le dije que por supuesto no la hacía tan bien como ella que lo había aprendido de la Virgen. «Hay que poner atención», me dijo, «porque significa mucho santiguarse bien». 

Sor Charles Ramillon 
Su modo de hacerse la señal de la cruz me llamaba la atención profundamente; hemos tratado varias veces de reproducirlo, pero sin éxito. Entonces decíamos: «Bien se ve que se lo ha enseñado la Virgen». 

Sor Emilie Marcillac: 
Sor Marie-Bernard tenía una piedad dulce, sencilla, sin nada de particular. Era muy exacta, no faltaba al silencio, pero durante el recreo atraía por su brío. No le gustaba la piedad recargada. Un día me decía riendo, indicando a una novicia que cerraba siempre los ojos: «¿Ve a sor X? Si no tuviera una compañera que la guía, tendría un accidente, ¿Por qué cerrar los ojos, cuando hay que tenerlos bien abiertos?». 
Durante sus crisis de asma, tenía ataques de tos que le desgarraban el pecho; aunque vomitaba sangre y se sofocaba no se dejaba escapar nunca un lamento, un murmullo. Sólo se le oía decir el nombre de Jesús. Después de decir: «Jesús mío», miraba al crucifijo, y en sus ojos había algo inexpresable, pero que decía mucho… 

OCTUBRE 
Sor Emilie Marcillac: 
El 25 de octubre estuvo muy mal… Se pensaba que no pasaría la noche… Mi sorpresa fue enorme cuando a las cuatro y media de la mañana me acerqué a su cama para saber cómo estaba; creía que agonizaba. En cambio, me respondió con voz clara: «Estoy mejor, el Señor no me ha querido, he ido hasta la puerta y me ha dicho, es muy pronto» 

1867 

MAYO 
Sor Bernard Dalias: 
Estaba en Nevers desde hacía tres días, y comenté que aún no había visto a Bernadette. La superiora que me acompañaba me señaló a una novicia, pequeña, sonriente, que estaba a su lado, y añadió: «¿Bernadette? Aquí la tiene usted». Se me escapó una expresión impertinente y exclamé: «¿Esto es todo?». Me respondió: «Así es, señorita, esto es todo». Desde entonces me demostró gran simpatía. 

Sor Brigitte Hostin: 
Fui compañera de noviciado de sor Marie-Bernard: tuve este privilegio durante siete u ocho meses. Tuve la posibilidad de admirar en ella una gran piedad, una humor siempre igual –algo raro– una sencillez de niña, y sobre todo una gran humildad; esto –cuando se veía obligada a responder a las cartas que le escribían algunos grandes personajes respecto a los favores que la Virgen le había concedido– le hacía decir: «Si no fuera por obediencia, no respondería». 

SEPTIEMBRE 
Sor Joseph Caldairou recuerda algunas expresiones de Bernadette: 
«Sólo Dios sabe lo que me cuesta presentarme delante de los obispos, los sacerdotes, la gente del mundo». 
«Me es difícil ver la hermosura en las representaciones de la Virgen, después de haber visto el original». 

1868 

Sor Charles Ramillon: 
Un día, ante mi presencia, una de nosotras le dijo: «¿Le ha revelado los secretos a la madre general?» «No». «¿Tampoco a la madre maestra?» «Tampoco». Entonces yo añadí: «¿Pero si se lo pidiera el Santo Padre?». Ella respondió: «Me lo pensaría». 

NOVIEMBRE 
Conde Lafond: 
Monseñor Chigi [nuncio apostólico en Francia, n. de la r.] mandó llamar al locutorio a sor Marie-Bernard. «Hija», le dijo, «¿no tuviste miedo cuando viste a la Virgen?». «Sí, monseñor, mucho; pero sólo la primera vez; luego, ¡era tan hermosa!». 

1869 

AGOSTO 
Sor Bernard Dalias: 
Una sola palabra suya hacía bien. A quien sufría le decía: «Rezaré por ti». 
La he sorprendido muchas veces con la cara cubierta de lágrimas. Le preguntaba con la mirada: «Volver a ver la gruta, una sola vez, de noche, cuando nadie se enterara…», me susurraba. 
Yo estaba encargada de entonar el canto para la ofrenda del recreo. Sor Marie-Bernard se me acerca un día, después de la oración. «Algunas veces entonas», me dijo, «“La veré un día a esta Madre que amo”». Y en ese momento sus ojos tomaron una expresión de deseo, de tristeza indefinible, y vi correr dos lágrimas… 
Bastaba oirle decir con plena convicción: «Reza por mí, pobre pecadora, sobre todo en la hora de la muerte», para comprender que se daba cuenta perfectamente de que tenía que invocar el efecto que le habría prometido la Virgen por su fidelidad. 

Sor Emilienne Robert: 
Hablaba de que teníamos que corregirnos en nuestros defectos, y le dije que es difícil. Entonces ella abrió los ojos de par en par y respondió con vigor: «¡Pero bueno! Recibir tan a menudo el pan de los fuertes y no ser más valiente». 

OCTUBRE 
Conde Lafond: 
El abad de M. le dijo ante mí que venía de Lourdes y que había visto al padre Hermann y al señor Laserre, los dos habían recibido la gracia del don de la vista. Sor Marie-Bernard abrió sus grandes ojos, hasta entonces había estado con los ojos bajos. «He visto», añadió el abad, «la estatua que han puesto en la gruta. Tiene las manos juntas así. ¿Es así como se le apareció la Virgen?». «Sí, padre, pero cuando me dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”, hizo así». Hizo un gesto de tal belleza que nos conmovió hasta las lágrimas. Nos parecía ver una copia viva de la Reina el Cielo, cuando apareció en la roca de Massabielle. 
Una señora de Nevers le preguntó un día: «¿No ha vuelto a ver a la Virgen después de las dieciocho apariciones?». Dos lagrimones le adornaron los párpados: fue su respuesta. 

Sor Cécile Pagès: 
Le decía a sor Marie-Bernard que muchas personas se habían curado con el agua de Lourdes, después de una novena. «La Virgen a veces quiere que se rece durante mucho tiempo, y una persona se curó solamente después de nueve novenas». 

1870 

ABRIL 
Sor Angèle (entonces postulante): 
Me preguntó sor Marie-Bernard: «¿Qué le pasa?». Le dije: «Acabo de recibir una mala noticia: mi mamá está agonizando; quizá a estas horas ya se haya muerto». Sor Marie-Bernard me dijo con una sonrisa que no olvidaré nunca y con su mirada penetrante: «No llore, la Virgen la sanará; rezaré por ella». 

AGOSTO 
Sor Madeleine Bounaix: 
El 15 de agosto de 1870 estaba con ella en la enfermería San José; me había dado una fruta para la merienda; hablábamos de la fiesta del día y le dije: «Hermana, ¿rezará por mí hoy?». «Sí, pero con una condición: que también usted lo haga por mí. Todos necesitamos oraciones». Entonces añadí: «Qué bonita debe ser la fiesta en el cielo y qué hermosa debe ser la Virgen». «Cuando la has visto no puedes seguir apegada a la tierra», me dijo. 
Tiempo después, sor Marie-Bernard recibió una carta de don Peyramale, párroco de Lourdes, que contenía una foto de la Basílica. Me dijo mirándola: «¿Conoce Lourdes?». Le dije que no, y ella dijo: «Tome la foto de la Basílica», y con el dedo me enseñaba la gruta. Le pregunté: «¿Dónde estaba cuando se le apareció la Virgen?». Me señaló simplemente el lugar. Añadí: «Es un recuerdo muy dulce para usted, hermana». Con un aire grave, casi triste, me dijo: «Sí. Pero no tenía ningún derecho a recibir esa gracia». 

DICIEMBRE 
Conde Lafond: 
Sor Marie-Bernard… esta monja no sirve para nada, y, sin embargo, la consideran el tesoro de Saint-Gildard; la ven como la defensa de la ciudad obispal y se le atribuye la salvación durante la invasión de 1870; los prusianos estaban en todos los departamentos cercanos y casi a las puertas de Nevers. El caballero Gougenot des Mousseaux que vio a Bernadette en aquella época, le hizo algunas preguntas: «¿Tuvo usted en la gruta de Lourdes o posteriormente revelaciones relativas al futuro y al destino de Francia? ¿No le ha encargado la Virgen que transmita advertencias o amenazas para Francia?». «No». «Los prusianos están a las puertas, ¿no tiene miedo?». «No». «¿No hay, pues, nada que temer?». «Temo sólo a los malos católicos». «¿No teme nada más?». «No, nada». 

1871 

Madre Marie-Térèse Bordenave: 
Hacia finales de 1870 o a principios de 1871 había otra vez ambulancias en la casa madre; un día se incendió la farmacia; la novicia de turno se quedó tan impresionada que durante 24 horas estuvo padeciendo terribles dolores. Sor Marie-Bernard, apiadada, tras agotar todas las medicinas, le dijo a una hermana: «Le voy a dar agua de Lourdes; rece conmigo fervorosamente». Así lo hicieron: algunos minutos después los dolores habían desaparecido. 

ANTES DE AGOSTO 
Sor Madeleine Bounaix: 
Me asombraba su rectitud y su sinceridad. No creo que nunca mintiera, recuerdo al respecto un episodio que confirmó mi opinión. Un día hablábamos de Lourdes y de Bartrès y me dijo: «No puede imaginar lo ignorante que yo era. Un día mi padre vino a verme, estaba yo cuidando el rebaño, muy triste. Me preguntó por qué y yo le respondí: “Mira mis ovejas, bastantes de ellas tienen la espalda verde”. Él se echó a reír y me dijo: “Es la hierba que se han comido, que ahora les está saliendo por arriba: puede que se mueran”. Yo entonces me eché a llorar, y mi padre, viendo mi dolor, me consoló y me explicó que era la marca del comerciante a quien se las habían vendido». Al oír esta historia me eché a reír y le dije: «Pero, bueno; ¿era tan ingenua que llegó a creerse una cosa así?». Me respondió: «Querida mía, como yo no sabía mentir, me creía todo lo que me decían». 
Un día estábamos hablando de las prácticas de piedad hacia la Virgen. Le dije que había una que a mí me gustaba especialmente: rezar doce Avemarías en honor de los doce privilegios de la Madre de Dios. Me respondió feliz y satisfecha: «Siga con esta práctica, que le es muy grata a la Virgen». 

AGOSTO 
Sor Vincent Garros, nombre de pila Julie Garros, amiga de infancia de Bernadette: 
En Lourdes había una congregada, conocida con el nombre de señorita Claire, muy piadosa y que sufría desde hacía tiempo. Cuando llegué a la casa madre, Bernadette me preguntó por ella, y yo le dije: «No sólo sufre pacientemente, sino que dice incluso estas palabras, que me sorprenden realmente: “Sufro mucho, pero si no es suficiente, ¡que el Señor añada más sufrimiento!”». Sor Marie-Bernard hizo esta reflexión: «Es muy generosa; yo no haría lo mismo. Me conformo con lo que me manda». 
También le gustaba contarme que del rebaño que tenía que cuidar le gustaba especialmente un corderito blanco. Cuando conseguía construirse su capillita en los campos, él venía a derribarla de una cornada; y cuando gritaba al rebaño, el corderito cogía carrerilla, le daba una cornada bajo la rodilla y la arrojaba al suelo, cosa que le divertía mucho. Para castigarlo, Bernadette le daba pan con sal, que al corderito le encantaba. 
En el noviciado yo le decía a Bernadette cuando estaba enferma en la enfermería: «Sufre mucho, ¿verdad?». Me respondía: «A ver. Ya me dijo la Virgen que no iba a ser feliz en este mundo, sino en el otro». 
A menudo aconsejaba el perdón, no olvidar la invocación del Padrenuestro: «Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos…». 
También me dijo: «Cuando pase por delante de la capilla, si no tiene tiempo de pararse, encárguele a su ángel de la guarda que le lleve su mensaje al Señor al tabernáculo. Se lo llevará y luego vendrá de nuevo a reunirse con usted». 
Creo que Bernadette meditaba sobre los misterios, porque un día que le dije que no conseguía rezar, meditar, me sugurió este remedio: «Transpórtese al Monte de los Olivos o a los pies de la cruz, y quédese allí: el Señor le hablará y usted lo escuchará». A veces le decía: «Ya estuve, pero el Señor no me ha dijo nada». Sin embargo, yo seguía rezando. 
Le dije un día: «¿Cómo puede estar tanto tiempo en acción de gracias?». Me respondió: «Pienso que la Virgen me da al Niño Jesús. Lo tomo. Le hablo y él me habla». 
Sé que Bernadette tenía una devoción especial por san José. Repetía estas invocaciones: «Concédeme la gracia de amar a Jesús y a María como desean ser amados. San José, reza por mí. Enséñame a rezar». Y a mí me decía: «Cuando no se consigue rezar, hay que dirigirse a san José». 
Me decía también: «Cuando está frente al Santísimo, por una parte tiene cerca a la Virgen inspirándole lo que le tiene que decir al Señor, y por la otra a su ángel de la guarda tomando nota de sus distracciones». 
Decía: «Hemos de recibir bien al Señor, va en nuestro interés recibirle bien, amablemente, porque entonces nos paga el alquiler». 
Me decía que antes de llevar a cabo cualquier acción, hay que purificar la intención. Yo le hacía notar que era difícil. Me respondió: «Hay que hacerlo, porque se actúa mejor y cuesta menos». 
Decía: «Si trabaja para las criaturas, no tendrá recompensa y se cansará más». 
Otra vez me dijo en la enfermería: «Le daré una buena merienda». Había fruta en almíbar. Me la tiende y me dice: «Hoy es sábado, no la comeremos; haremos esta pequeña mortificación por la Virgen». 
Bernadette, estoy segura, siempre controló sus impulsos interiores. Sobre esto me decía: «El primer impulso no nos pertenece, pero el segundo sí». 
Cuando le entraban las crisis de asma –con bastante frecuencia– daba pena. Nunca se quejó, y cuando pasaba la crisis decía: «¡Gracias, Señor!». 
La Virgen le había pedido que rezara por los pecadores; sin duda lo hacía. Me dijo varias veces: «Recemos por esa familia, para que la Virgen la convierta». 
A menudo, después de las oraciones, Bernadette añadía: «Señor, libera a las almas del purgatorio». De vez en cuando, rezábamos juntas la corona de los difuntos y la terminábamos diciendo: «Dulce Corazón de Jesús, sé mi amor, dulce Corazón de María, sé mi salvación. Jesús mío, ¡misericordia! Concede el descanso eterno a las almas de los fieles difuntos». 

NOVIEMBRE 
Sor Eléonore Bonnet: 
El día de Todos los Santos supe que Bernadette estaba enferma. Conociendo su amor por las flores, recogí algunas violetas, que habían florecido a pesar de que no era su época, a lo largo de la pared de la cocina, y se las mandé con una novicia que trabajaba en la enfermería. 

Madre Marie-Thérèse Bordenave: 
Una superiora le preguntaba un día si había sentido alguna vez complacencia por los favores que la Virgen le había concedido: «¿Qué piensa de mí? ¿Quiere que no sepa que si la Virgen me ha elegido a mí es porque yo era la más ignorante? Si hubiera encontrado otra más ignorante, la habría elegido a ella». 

Sor Joseph Ducout: 
La ví sufrir moral y físicamente. En el sufrimiento nunca pronunció ni una palabra de dolor. Tomaba el crucifijo, lo miraba y ya está. 

Sor Madeleine Bounaix: 
«¿Qué hace aquí?», me dijo. «Me voy, y estoy esperando a la madre maestra». Volvió a preguntar: «¿A dónde va?». «A Beaumont». «Bueno, hermana, no se olvide de lo que le digo: dondequiera que esté, recuerde siempre trabajar sólo para el Señor. Entiende, ¿verdad? Para el Señor». 

DICIEMBRE 
Sor Victoire Cassou: 
Bernadette me dijo: «En la misa de medianoche, póngase a mi lado. Hay sitio». Me encantó. Así pude constatar su piedad y recogimiento. Escondida tras su velo, nada podía distraerla. Después de la comunión, entró en un recogimiento tan profundo, que salieron todos y ella como si no se hubiera dado cuenta. Me quedé a su vera, porque no tenía ganas de ir al refectorio con mis compañeras. La contemplé durante mucho tiempo, sin que ella se diera cuenta. Su rostro era radioso y celestial, como durante el éxtasis de las apariciones. 
Cuando la hermana encargada de cerrar las puertas de la iglesia llegó a cumplir su deber, agitó con fuerza los cerrojos. Sólo entonces salió Bernadette de su estado similar al éxtasis. 
Salió de la capilla y yo la seguí. En el claustro, se inclinó hacia mí y me susurró: «¿No ha tomado nada (en el refectorio)?». Le respondí: «Usted tampoco». Se retiró en silencio y nos separamos de este modo. 

1872 

AGOSTO 
Sor Eudoxie Chatelain: 
Tenía una devoción especial por san José, cosa que me asombraba un poco, dado que era la hija privilegiada de la Virgen. Un día le oí decir: «Voy a hacerle una visita a mi padre». Era san José: iba con frecuencia a rezarle a la capilla. 
Decía: «Amad mucho al Señor, hijas mías. Esto es todo». 

AGOSTO-OCTUBRE 
Durante el recreo una novicia recoge un murciélago caído. Grandes exclamaciones. Bernadette está presente. 
Sor Julienne Capmartin: 
«¡Oh, cómo puede tener en las manos una bestia tan horrible!», dije: «¡Es la imagen del diablo!». 
Sor Marie-Bernard se puso seria y se volvió hacia mí: «Que sepa, hermana, que ningún animal es la imagen del diablo; sólo la ofensa a Dios puede serlo». 
Dijo: «Cuando algo nos interesa demasiado, esto no le gusta a Dios». 
Una vez me sorprendió leyendo en mi libro de hija de María, cuando ella me había recomendado que me quedara bien arropada en la cama… Entonces me quitó bruscamente el libro diciendo: «¡Este es un fervor repleto de desobediencia, se lo digo yo!». Le pedí mil veces el libro, pero no lo volví a ver… 

1873 

MAYO 
Elisa (huérfana de Varennes): 
Era el año 1873 (el 12 de mayo). Bernadette visitaba Varennes (orfelinato dirigido por las monjas) y había ido hasta la Virgencita del bosque con unas veinte huerfanitas. 
Estaba convalesciente, y casi no tenía fuerzas para mantenerse en pie… 
Al final de la breve peregrinación, Bernadette se sentó y allí, delante de este precioso oratorio, dirigió a las niñas una exhortación, en el estilo conciso que la caracterizaba: «Niñas, amad mucho a la Virgen, y rezadla mucho. Os protegerá…». Luego invitó a su joven auditorio a cantar algo. Cantaron: «Iré a verla un día…». 

JUNIO 
Jeanne Jardet (cocinera): 
Recuerdo que un año tuvo una larga enfermedad, durante la cual dejó de visitarnos. Cuando volvió, sor Cécile (Fauron, jefa de las criadas) se congratuló por su restablecimiento. Bernadette respondió: «No querían saber nada de mí allá arriba…». Lo dijo con tanta gracia que se me saltaron las lágrimas. 

Sor Eudoxie Chatelain: 
Un domingo, nuestra maestra, la madre Thérèse Vauzou, nos dejó que fuéramos a verla, en grupos de doce o quince. Nos recibió con mucha amabilidad, como hermanas menores… Nos colocamos alrededor de su cama, y todas dijimos algo. 
Una de nosotras, grande y gorda, le preguntó si tuvo miedo al recibir la extremaunción. «¿Miedo de qué?», dijo Bernadette. «¡Yo tendría mucho miedo de morir, si viera acercarse el último momento!». «Oh, ese momento no lo conocemos nunca. Y cuando llega, el Señor nos da la fuerza para afrontarlo». 

Sor Gonzague Cointe: 
Yo estaba en la enfermería. Una hermana le puso en la cama la fotografía de una peregrinación a la Basílica de Lourdes: «Le encantaría ir a la gruta de Massabielle, ¿verdad?». Sonriendo, ella levantó los ojos al cielo y, a pesar de la crisis de asma que tanto le hacía sufrir, respondió: «No, no siento la necesidad. Hago generosamente el sacrificio de no volver a ver Lourdes. Sólo tengo una aspiración, y es la de ver a la Virgen Santa glorificada y amada». 

Madre Henri Fabre: 
El obispo de Nevers, que iba a ir a Lourdes, le preguntó a sor Marie-Bernard si quería ir también, y ésta respondió: «He hecho el sacrificio de Lourdes, veré a la Virgen en el cielo, y será mucho más bonito». 

1874 

JULIO 
Sor Vincent Garros: 
Un día, en la sacristía, quise tocar un purificador. Me detuvo diciendo: «Todavía no lo puedes hacer». Y tomó el purificador con inmenso respeto para volverlo a colocar en la bolsa. Se diría que rezaba mientras lo tocaba, por el respeto con que lo hacía. 

1875 

Sor Julie Ramplou: 
Sor Marie Mespoulhé rezaba a veces el rosario, con las hermanas, durante el trabajo. Sor Marie-Bernard subrayaba la expresión “pobres pecadores”. Un día se lo dijeron. Respondió: «¡Oh, sí! Hemos de rezar mucho por los pecadores. Lo ha recomendado la Virgen». 

1876 

ANTES DE JUNIO 
Sor Marcelline Durand: 
Le costaba mucho estar inactiva. Así que un día le dijo a una hermana enferma: «Te recuperarás con tres ventosas. Pero yo… nada me hará salir de aquí». Y levantó los ojos al cielo diciendo: «Dios mío, bendito seas en todas las cosas. Tenemos todos nuestro medio, nuestro camino para llegar a ti».

JUNIO 
Sor Ambroise Fenasse: 
En el momento de la coronación de la estatua de Nuestra Señora de Lourdes, sor Ursule habló de la gruta a Bernadette: «¿Le gustaría volver a verla?». «Mi misión en Lourdes ha terminado. ¿Qué iba a hacer yo allí?». «Se está preparando en Lourdes una fiesta solemne, habrá bastantes obispos. ¿No le gustaría asistir?». «¡Oh, no! Prefiero mil veces mi lugarcito en la enfermería a estar en esa fiesta, que sin embargo es para mí de gran alegría». Pareció reflexionar un instante, luego añadió: «Si pudiera ir en globo hasta la gruta y quedarme allí algunos minutos rezando cuando no hubiera nadie, iría con gusto; pero teniendo que viajar como todos para estar en medio del gentío, prefiero quedarme aquí».

Una humilde campesina es elegida por la Virgen en Lourdes para llevarle un mensaje de amor
El 7 de enero de 1844 en Lourdes, una pequeña ciudad de Francia meridional, nació una niña cuyos padres, Luisa Castérot y Francisco Soubirous, le impusieron el nombre de María Bernarda; Bernadette, como todos la llamarían después; nace en una pequeña y humilde casa, el molino de Boly, a orillas del torrente. Vivirá allí 10 años con sus padres.
A partir de 1854, varios acontecimientos vienen a trastornar la vida de la familia de Bernardita. Primero, un accidente de trabajo disminuirá a Francisco Soubirous. Más tarde, la sequía impide la cosecha de trigo durante dos años dejando a los molineros en el paro. Finalmente, en plena revolución industrial, aparecerán los nuevos molinos de vapor con los que no pueden competir los tradicionales molinos de agua y van a la ruina.
Durante el otoño de 1855 Bernadette es alcanzada por la epidemia de cólera, que en pocos meses cobró alrededor de treinta víctimas, varios centenares de personas se ven afectadas por esta terrible enfermedad, entre ellas Bernardita, que sufrirá las consecuencias durante toda su vida. La salud de la niña, endeble por las privaciones sufridas en la primera infancia, llevará impresas en su frágil cuerpo las huellas de sus varias dolencias, principalmente el asma. Pero parece que las enfermedades, al debilitar el cuerpo de Bernadette, fortalecían al mismo tiempo su espíritu.
Al cabo de un año, otro traslado, pues los Soubirous se ven sumidos entonces en la extrema miseria: sin vivienda, sin trabajo, sin comida y sin dinero. Esta vez, a un molino distante 4 kilómetros de Lourdes. Bernadette se ocupa de la hermana Toinette y de los hermanitos Juan María y Justino. Los peregrinajes no han terminado, a comienzos del invierno de 1857 Andrés Sajous, primo de su padre, propietario de la vieja prisión fuera de uso llamada "le cachot", el calabozo, los recoge en una habitación de unos 16 metros cuadrados, les prestan una cama para los padres y otra para los cuatro hijos, y disponen además de un baúl y algunas banquetas, aquí es donde vivirá algunos años de su vida.
En septiembre de 1857, María Lagues, que ya la había acogido en Bartrés, la llama nuevamente para que la ayude en las labores de la casa, en las faenas del campo y en el cuidado del rebaño de ovejas. En Bartrès se ve obligada a interrumpir la modesta educación religiosa que había iniciado en Lourdes.
Todos los domingos va a misa; pero no puede ir a comulgar, porque aún no ha hecho la primera comunión. Tiene catorce años, la enfermedad y el trabajo le han impedido ir a la escuela, por lo que no sabe leer ni escribir, pero está empeñada en recibir la Primera Comunión; tampoco sabe hablar francés, sólo el dialecto de Lourdes. Ahora bien, el catecismo se enseñaba en francés. Por la noche, después de largas horas de labor, la niña repite de memoria las fórmulas de catecismo, pero el deseo de hacer la primera comunión hará que Bernardita regrese al "calabozo" en Enero de 1858, pocas semanas antes de la primera aparición.
Tiempo después de las apariciones, estuvo llena de enfermedades, soporto muchos dolores, tenia tuberculosis, un tumor en la rodilla y problemas en los oídos. Fue admitida en la Comunidad de Hijas de la Caridad de Nevers. El 30 de octubre de 1867 profesó sus votos temporarios, y los votos perpetuos el 22 de septiembre de 1878 con el nombre de Sor María Bernarda, en un tiempo en que se sentía mejor. Al siguiente 11 de diciembre, retornó a la enfermería, para nunca más salir. Falleció unos meses después, el día 16 de Abril de 1879.
La piedad vence las pruebas
Dos virtudes resaltaban en Bernardette: la piedad y la modestia. Para ser piadoso no es necesario ser sabio. Aún cuando se hizo religiosa, ella misma decía que no sabía como orar y sin embargo pasaba largas horas en oración. Y su oración no era mecánica, sino que le hablaba a Dios y a la Virgen como se habla con una persona cara a cara. Era pues una oración del corazón, intensa, honesta y eficaz
Amaba la oración. Ella sabía muy bien como rezar el Santo Rosario el cual siempre llevaba en su bolsillo. Lo tenía en sus manos cuando se le apareció la Virgen. Su primer gesto en momentos de cualquier prueba o dificultad era siempre tomar su rosario y empezar a recitarlo.
La pequeña escogida por la Virgen tendría mucho que sufrir hasta el día de su muerte, tanto sufrimientos morales como físicos; pero nunca debemos olvidar que Dios guía a esta pequeña niña y que ella responde con humildad, abandono, fe y coraje. Bernardette poseía además virtudes que serían criticadas durante toda su vida como "defectos". Por este error de la gente se puso en duda también la autenticidad de las apariciones.
Esta niña de solo 14 años (cumplidos en Enero 7 1858), tuvo que ser sabia, firme, extraordinariamente valiente y saber discernir, para poder enfrentarse con las personas que trataban de disuadirla, entre ellas sacerdotes, obispos, jefes de la policía, procuradores.
Para tener una idea de la fortaleza interior y la capacidad de su juicio, podemos ver algunas de las frases que dijo durante los interrogatorios a los que tuvo que someterse.
Después de que el Procurador Imperial, el señor Dutor, hizo quedarse de pie por mucho tiempo a Bernardette y a su mamá, al fin les dijo condescendientemente:
- "Ahí hay sillas. Pueden sentarse"
Bernardette respondió:
- "No. Pudiéramos ensuciárselas"
En otra ocasión, cuando le preguntaron sobre el idioma en que le habló la Virgen, Bernardette dijo:
- "Ella me habló en dialecto"
- "La Virgen María no pudo haber hablado en dialecto", le respondieron,
"Dios y la Virgen no hablan dialecto".
A lo que ella respondió:
- "¿Cómo podemos saber nosotros dialecto si ellos no lo hablan?"
- "Oh, ¿por qué piensa que me habló en Francés? ¿puedo yo hablar en Francés?"
En la doceava aparición Bernardette le acercó un rosario a la Virgen. Un sacerdote le preguntó después de la aparición: ¿Así que ahora también bendices rosarios?
Bernardette se rió y dijo: "Yo no uso una estola, ¿o sí?."
Otro le preguntó: "Así que Bernardette, ahora que la Virgen te ha prometido que irás al cielo, no necesitas preocuparte del cuidado de tu alma".
Bernardette: "Pero Padre, yo solo iré al cielo si me porto correctamente"
Sus interrogatorios serían de largas horas, algunas veces días enteros; y sus interrogadores trataban de engañarla para que contradijera sus declaraciones. Pero ella se mantenía alerta, en guardia, sabiendo que ellos no querían la verdad, sino probar que lo había inventado todo.
Bernardette tuvo que enfrentarse frecuentemente con el párroco de Lourdes, Abbé Peyramale, quién tenía fama por su mal genio. Sin embargo todas las veces que nuestra santa fue a verlo, a pesar del temor que sentía, nunca se echó atrás, sino que siempre vencía su natural miedo. Su voluntad de cumplir con lo que la Virgen le había encargado podía mucho más que el mal genio del sacerdote.
Y así vemos como Bernardette cumple los deseos de la Virgen a pesar de grandes obstáculos y de sus propias flaquezas. Al final, en el último día de las apariciones, el 25 de marzo de 1858, la Virgen revela su identidad dándole a Bernardette la prueba que tanto pedía su párroco para creerle.
Las palabras de la Virgen, "Yo Soy la Inmaculada Concepción" , fueron las que derrumbaron de una vez por todas el muro de la incredulidad en el corazón del párroco, quién se convirtió desde ese momento en su más grande defensor y apoyo, usando su mismo temperamento contra los que atacaban a la niña.
A diferencia de otras apariciones, como La Salette, Pointman, Fátima, Knock, Beuraing, exceptuando la Medalla Milagrosa; Bernardette era la única vidente. No tenía otros que corroborasen el testimonio y le sirviesen de apoyo. Su única fuente de fortaleza era la misma Virgen Santísima. Pero esta era suficiente para ella.
Llegaría un tiempo donde sus cualidades, su fuerza interior, su rapidez al contestar, todas usadas para defender las Apariciones de la Virgen, se usarían en su contra. Aquellos que la apoyaban sabían entender sus grandes virtudes, pero para los que la criticaban eran sus grandes defectos. A su fortaleza interna le llamaban terquedad; a su rapidez en responder le llamaban insolencia.
Una vez en el Convento de San Gildard, en Nevers, cuando fue acusada de tener amor propio, ella dibujó un círculo y puso la marca del dedo en el centro del mismo y dijo:
"Que el que no tenga amor propio ponga su dedo aquí" (indicando la marca del centro).
Las apariciones fueron para Bernardette un regalo inmerecido, un regalo que que en si mismo no la hizo santa. Era un regalo para ella y para el mundo. Ella, por su admirable correspondencia a la gracia, llegó a la santidad. Nosotros también podemos.
Hemos de tener claro que Santa Bernardita no fue canonizada por haber visto a la Virgen Santísima, sino por haber subido por la escalera de la santidad a través de enormes pruebas y cruces. Para ser santo no es necesario haber tenido grandes experiencias místicas. Es suficiente tener estas dos cosas: humildad y amor. Es en la asidua oración y en la vida de virtud que el amor se expresa a sí mismo.

Bernardette después de las apariciones
La humilde jovencita escogida para tan gran misión, permaneció después de las apariciones como era antes, es decir la Virgen se encargo de conservarla sencilla, humilde y modesta. No le gustaban el bullicio ni la popularidad.
Pasaba como una mas, excepto por sus virtudes, por su inocencia, su candor y rectitud en su obrar. Hizo su primera comunión el mismo año 1858, el 3 de junio, día de Corpus Christi. Nada espectacular sucedió excepto que ella había piadosamente recibido a Jesús.
Dios seguía visitándola, no con brillantes apariciones, sino por la prueba amarga de los sufrimientos: de la incomprensión, burla, casi siempre estaba enferma, soportaba dolores de toda clase, recogida y resignada con paciencia. Sufría de asma crónica, tuberculosis, vómitos de sangre, aneurisma, gastralgia, tumor de una rodilla, caries en los huesos, abscesos en los oídos que le ocasionaron sordera, que esta se le quito hasta un poco antes de su muerte.
La Virgen le dijo a Bernardette: "No te prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el próximo".
Y estas palabras de la Virgen se cumplieron plenamente en nuestra santa. Mucho tuvo que sufrir durante su vida hasta su muerte a los 35 años. La salud de Bernardette era muy delicada, muchas veces tenía que estar en cama con fiebre; tenía días bien críticos con ataques de asma que muchas veces eran bien dolorosos.
Muchos encontraban cura en la fuente de Lourdes, pero no Bernardette. Un día le preguntaron: "¿No tomas del agua de la fuente?. Estas aguas han curado a otros, ¿por qué no a ti?. Esta pregunta insidiosa pudo haberse convertido en una tentación para Bernardette en no creer en la aparición, pero ella no se turbó. Le respondió:
"La Virgen Santísima quizás desea que yo sufra. Lo necesito"
¿Porqué tu más que otros?
-"El buen Dios solo lo sabe".
- ¿regresas algunas veces a la gruta?
- "Cuando el Párroco me lo permite".
¿Porqué no te lo permite todo el tiempo?
-"Porque todos me seguirían".
Antes habías ido aún cuando se te había prohibido

- "Eso fue porque fui presionada."
La Virgen Santísima te dijo que serías feliz en el otro mundo, así que estas segura de ir al cielo.
- "Oh no, eso será solo si obro bien".
¿Y no te dijo Ella que hacer para ir al cielo?
-"Nosotros lo sabemos muy bien; no es necesario que yo lo diga".




Últimos años en Lourdes
Bernardette no podía recibir en su casa el cuidado que ella necesitaba para su frágil salud y el gran número de visitantes curiosos le causaban fatiga. Viendo esta necesidad, Abbé Peyramale pidió a la Superiora del Hospicio de Lourdes que acogiera a la niña. Le dijo:
"Es con ustedes que la niña debe estar. Ustedes pueden darle el cuidado que ella necesita en todos los aspectos".
En el año 1860, las Hermanas de la Caridad de Nevers, que servían el hospital y la escuela, le ofrecieron un asilo titular. Desde aquel día permaneció bajo su techo, con su salud delicada, pero con su consigna de siempre: no llamar la atención de nadie. Aún cuando sus padres ya se habían mudado de la cárcel y vivían en un molino, le dieron permiso sin dificultades de permanecer con las hermanas. Su madre lloró por su partida pero sabía que era por el bienestar de la niña.
En el hospicio Bernardette fue asignada bajo el cuidado de la Hermana Elizabeth, quien le debía enseñar a leer y escribir mejor. Bernardette tenía 16 años, era julio de 1860. La superiora le dijo a la Hna. Elizabeth: "Se dice que ella no es muy inteligente, mira a ver si es posible hacer algo con ella".
La Hna. Elizabeth al entrar en contacto con Bernardette diría: "Encuentro en ella una inteligencia muy viva, un candor perfecto y un corazón exquisito". Ella diría a la madre superiora: "Mi querida Madre, la han engañado. Bernardette es muy inteligente y asimila muy bien la doctrina que se le da."
Sin ser brillante, Bernardette adquirió gran cantidad de conocimiento elemental. En su tiempo en el hospicio, permaneció siendo una niña de su edad. Era recta, sincera, piadosa pero traviesa, muy vivaz, a quien le encantaba reír, jugar y bromear. Muchas veces la ponían a cuidar niños más pequeños, como era la costumbre en las escuelas elementales y Bernardette se mostraba tan joven y juguetona como la más pequeña niña.
Uno de los niños diría mas tarde:
"Bernardette era tan simple. Cuando le pedían que nos cuidara, lo hacía de una manera tal, que parecía otra niña jugando con nosotros, que no nos hacía pensar tanto en su aventura milagrosa. Criados con este pensamiento de que nuestra compañera había visto a la Virgen, lo considerábamos tan natural como un niño de hoy día que ha visto al presidente de la república"
Bernardette era completamente natural en su comportamiento diario, sin embargo era muy seria tocante a su vida Cristiana.
Al crecer, Bernardette tuvo como toda joven, sus momentos de vanidad, queriendo estar arreglada y lucir bien. Pero todas estas vanidades pasaron por ella rápidamente y sin dejar ningún rastro en su corazón.
Decía la Hna. Victorina: "La fiebre pasó rápidamente y no dañó su profunda piedad".
La comunidad contaba con las oraciones de Bernardette. Un día una religiosa, la Madre Alejandrina, sufrió una torcedura y el médico le mandó a tener reposo. Pero ella era muy activa y le pidió a Bernardette que le pidiera a la Virgen que la curara. Bernardette inmediatamente fue a rezar ante la estatua de la Virgen en la capilla. Oró con todo su corazón. ¿Qué pasó?… no sabemos nada más que al otro día el doctor encontró a la Madre Alejandrina ocupada en su trabajo, como si nada hubiese pasado.
La vocación religiosa

La Virgen Santísima le dio una gracia especial al llamarla a la vida religiosa. Parece que nunca Bernardette consideró en serio el matrimonio. A los 19 o 20 años, en 1863, la vocación de ser religiosa se le presentó claramente. Había considerado vagamente ser carmelita, pero no fue difícil hacerle comprender que su salud era muy delicada para enfrentar los rigores del Carmelo.
Fue el Obispo Forcade de Nevers, que tenía en su diócesis la Casa Madre de las Hermanas de la Caridad del hospicio y la escuela de Lourdes, quien contribuyó definitivamente en su orientación. El le preguntó cuáles eran sus intenciones para el futuro y ella le respondió:
- "Señor Obispo, todo lo que pido es quedarme en esta casa como una sierva"
Pero hija mía, ¿no has pensado en llegar a ser una religiosa como las hermanas a las que tan apegada estás?.
- "Oh, Señor Obispo, nunca he creído que esto pudiese ser para una ignorante y pobre niña como yo. Usted sabe bien que soy pobre y no tendría la dote necesaria".
No es la pobreza lo que debe detenerte. Se puede hacer una excepción a la regla y recibir a una joven sin dote, si ella tiene signos claros de vocación".
- "Señor Obispo, sus palabras me han tocado profundamente, le prometo que pensaré en ellas" .
Bernardette comprendía que una decisión como esta no se hace sin consideración y reflexión. El Obispo estaba muy complacido con su prudencia y le recomendó que se tomara su tiempo e hiciera su decisión con completa libertad y sin apresuramiento.

En Agosto de 1864, Bernardette dijo a la Madre Superiora del Hospicio:
"Madre mía, he orado mucho para saber si estoy llamada a la vida religiosa. Creo que la respuesta es "sí". Yo quisiera entrar en su congregación si soy aceptada. Permítame pedirle que le escriba al Obispo".
En respuesta la superiora abrazó a Bernardette y sus lágrimas de gozo fueron su afectuosa respuesta.
Habiendo hecho su elección, más ataques de enfermedad y la necesidad de tratar varios remedios retardaron la puesta en práctica de su promesa.
En 1866 escribió: "Estoy mas presionada que nunca a dejar el mundo. Ahora he decidido definitivamente y espero dejarlo pronto".
Por fin llegó el gran día a comienzos de Julio de 1866, tenía 22 años de edad. Por última vez fue a la amada gruta donde su despedida fue de todo corazón. "¿Ven la gruta?, era mi cielo en la tierra". Al día siguiente se despidió de su familia y en Julio 4 1866, Bernardette dejó su pueblo natal para nunca más volver.
Antes de partir improvisa una oración tomando como pauta el Magnificat: acción de gracias por la pobreza de su esclava. Se dirige directamente a María: "Si, Madre querida, tu te has abajado hasta la tierra para aparecerte a una débil niña..Tu, reina del cielo y la tierra, has querido servirte de lo que había de mas humilde según el mundo".
La religiosa
Se va para comenzar su noviciado. Llegaron al convento de las Hermanas de la Caridad de Nevers, el 7 de julio de 1866 en la noche. El domingo Bernardette tuvo un ataque de nostalgia que le llevó a estar llorando todo el día. La animaban diciéndole que este era un buen signo ya que su vida religiosa debía empezar con sacrificio.

En los anales de la Casa Madre se lee:
"Bernardette es en realidad todo lo que de ella hemos oído, humilde en su triunfo sobrenatural; simple y modesta a pesar de que todo se le ha unido para elevarla. Ella ríe y es dulcemente feliz aunque la enfermedad se la está comiendo. Este es el sello de la santidad, sufrimiento unido a gozo celestial."
Ni la superiora, la hermana Josefina Imbert, ni la maestra de novicias Madre María Teresa Vausou, entendían el tesoro que se les había confiado. Sí, admitían que la Virgen se le apareció, pero la veían tan "ordinaria", que tenían dificultad en ver santidad en ella. Su idea de santidad aparentemente era diferente a la de la Iglesia.
En el proceso diocesano de Beatificación, el Reverendo P. Peach, profesor de teología dogmática en el seminario de Moulins, les dijo a sus estudiantes:
- "El testimonio llegó a esto, que Bernardette era muy ordinaria. Pero cuando se les preguntó si ella era fiel a las reglas, si tenía que ser corregida por desobediencia o en referencia a la pobreza y castidad, todas se apresuraron a decir: "Oh no, nada de eso".
¿Por qué sus superioras la juzgaban tan mal?; solo se puede encontrar respuesta en que era parte de la Providencia Divina para la santificación de Bernardette. De manera particular la Maestra de Novicias, Madre María Teresa Vauzou, quién fue la causante de muchos sufrimientos espirituales de Bernardette durante los 13 años que vivió en el convento.
La Madre María, quien era estimada por su ojo agudo y su penetración psicológica, nunca fue capaz de leer en esta alma límpida su íntima unión con Dios, ni tampoco su total abandono a los deseos de su divina voluntad, la cual formaba su vida interior.
Bernardette, sin haber estudiado sobre las formas de oración, pasaba horas en ella, recitando su rosario con gran fervor. Vivía en unión perpetua con la Virgen Santísima y a través de Ella con Jesucristo.

"Bernardette estaba totalmente perdida en Dios".
Al recibir el hábito de postulante, recibió su nombre de religiosa el cual sería su mismo nombre bautismal, Sor María Bernarda.
Tres semanas después de haber recibido el hábito, Bernardette enfermó de gravedad con un nuevo ataque de tuberculosis y tuvo que ser puesta en la enfermería. Esta crisis de sofocación asmática y de tos fue tan seria que el médico pensaba que su muerte era inminente.
La Madre Superiora llamó al Obispo y este le administró el Sacramento de Extrema Unción, pero ella no pudo recibir el Viático porque constantemente estaba vomitando sangre. Pensando que Bernardette estaba a punto de morir, la Madre Superiora quiso darle el consuelo de pronunciar sus votos. Habló con el Obispo, y la comunidad dio su aprobación unánime.

Sabiendo lo que iban a hacer, Bernardette respondió con una sonrisa de agradecimiento. Fue el Obispo Forcade quien presidió la ceremonia. Bernardette dio su consentimiento por medio de signos ya que no podía hablar. Entonces le fue dado el velo de profesa. Se pensaba que estaba a punto de morir, pero Bernardette siempre ponía su salud en las manos de la Virgen.
La nueva religiosa se durmió y se despertó a la mañana siguiente en un estado de felicidad que ella declaró a su Superiora:
- "Mi Reverenda Madre, usted me hizo hacer la profesión religiosa porque pensaba que iba a morir. Bueno, mire no voy a morir" .
La Madre Superiora entonces le respondió: "Tonta, tú sabías que no ibas a morir y no nos lo dijiste. En este caso, si no has muerto para mañana en la mañana, te quitaré el velo".
Y la hermana María Bernarda, con admirable sumisión heroica, le respondió simplemente:
- "Como usted desee, reverenda Madre". Y a pesar del dolor que esto le causaba, supo aceptar este cáliz que el Señor le enviaba.
Su madre murió el 8 de diciembre de 1866, tenía 45 años y esta fue una de las tristezas más grandes que experimentó. En medio de su dolor dijo al Señor:
"¡Mi Dios, tú lo has querido! Yo acepto el cáliz que me das. Que tu Nombre sea bendito".
Durante su noviciado, Bernardette fue tratada más severamente y quizás más cruelmente que las otras novicias. Sus compañeras decían: "No es bueno ser Bernardette". Pero ella lo aceptaba todo y veía en ello la mano de Dios.
Bernardette profesó el 30 de octubre de 1867 con el nombre de Sor María Bernarda. Tenía 23 años. Sin embargo, la felicidad de ese momento fue teñida por una ruda humillación.
Cuando llegó el momento de distribuir a las nuevas profesas los trabajos, la Madre Superiora respondió a la pregunta del Obispo: "¿Y la hermana Marie Bernard?, "Oh, Señor Obispo, no sabemos que hacer. Ella no es buena para nada". Y prosiguió: "Si desea, Señor Obispo, podemos tratar de usarla ayudando en la enfermería". A lo cual el Obispo consintió. La hermana Marie Bernard recibió el dolor de esta humillación en su corazón, pero no protestó, ni lloró, simplemente aceptó el cáliz.
Otro cáliz que pronto tomaría fue la muerte de su padre en 1871, 6 años después que su mamá. Supo de la muerte de su papá, a quien no había visto mas desde que dejó Lourdes, pero sabía que había muerto en la fe.
Una hermana la encontró llorando a los pies de la estatua de la Virgen y cuando la hermana la iba a consolar ella le dijo:
"Mi hermana, siempre ten una gran devoción a la agonía de nuestro Salvador. El Sábado en la tarde le oré a Jesús en agonía por todos aquellos que morirían en ese momento, y fue precisamente en el mismo momento en que mi padre entró a la eternidad. Que consuelo para mí el quizás haberle ayudado".
Muchas tribulaciones tuvo que pasar; humillaciones, grandes y pequeñas se apilaban sobre ella y ella decía:
"Cuando la emoción es demasiado fuerte, recuerdo las palabras de nuestro Señor, "Soy Yo, no tengan miedo". El rechazo y humillaciones de mis Superioras y compañeras inmediatamente agradezco a nuestro Señor por esta gran gracia. Es el amor de este Buen Maestro el que hará desaparecer el árbol del orgullo en sus malas raíces. Mientras más pequeña me hago, más crezco en el Corazón de Jesús."
A Bernardette se le concedió un gran regalo al comienzo de 1874. Había sido asistente de enfermería, un trabajo que amaba mucho, pero sus fuerzas se diminuían.
Después de un ataque de bronquitis en el otoño de 1873, por el cual tuvo que ir al hospital, se determinó que estaba muy débil para seguir ayudando en la enfermería y se le dio el trabajo de menos esfuerzo físico en el Convento, el cual era al mismo tiempo el más importante, y el cual ella amó mucho más que el de ayudante de enfermería; la nombraron asistente de sacristán.
Su nueva posición le daba la oportunidad de pasar mucho tiempo en la capilla, cerca del Santísimo Sacramento. Estaba casi sin supervisión, lo que le permitía hablarle al Señor en el Tabernáculo, sin que nadie pensara que ella era extraña.
Manejaba todos los artículos sagrados con gran reverencia. El corporal, los purificadores y las albas los trataba consciente que Jesús Encarnado los había tocado durante el Sacrificio de la Eucaristía. Por eso no permitía que nadie le ayudase en este ministerio.
Pero este regalo no duró por mucho tiempo ya que su salud constantemente empeoraba. A partir de 1877 no es más que una inválida. Se le provee cuidado lo más posible y ella obedece todas las prescripciones.

La Santa
Pronunció sus votos perpetuos el 22 de septiembre de 1878, en un tiempo en que se sentía mejor. Pero no duró mucho. Al siguiente 11 de diciembre, retornó a la enfermería, para nunca más salir. Sus últimos meses fueron muy difíciles, haciéndole pasar por la noche oscura del alma. Perdió confianza, la paz del corazón y la certeza del cielo. Fue tentada al desánimo y desesperación. Pensaba que era indigna de la salvación. Este fue su cáliz más amargo y su sufrimiento mayor.
También sufría mucho físicamente. La cama le causó tener la espalda repleta de llagas. Su pierna tuberculosa se le reventó. Desarrolló abscesos en los oídos, los que la hicieron prácticamente sorda por un tiempo. Si no hubieran sido tan evidentes sus síntomas, nadie se hubiese sospechado que estaba enferma. Su actitud tan serena y gozosa no manifestaba el profundo sufrimiento que padecía. No perdió su fortaleza y su aceptación.
A una hermana le dijo que iba a orar para que el Señor le mandara consolación, ella le respondió:
"No, no, no consolación, solo fortaleza y paciencia" .
Bernardette padeció su pasión durante la Semana Santa de 1879. El día 16 de Abril de 1879 rogó a las religiosas que la asistían que rezaran el rosario, siguiéndolo ella con gran fervor. Al acabar un Ave María, sonrió como si se encontrara de nuevo con la Virgen de la Gruta y murió. Eran las 3:15 PM.
Sus últimas palabras fueron la conclusión del Ave María: "Santa María, Madre de Dios, ruega por mí pobre pecadora….pecadora…"
Su cuerpo fue puesto en la pequeña Capilla Gótica, situada en el centro del jardín del Convento y la que estaba dedicada a San José. Fue en esta Capilla en la que, después de 30 años, en Septiembre 22, 1909, reconocieron el cuerpo, en vista al proceso de Beatificación diocesano. El cuerpo fue hallado en perfecto estado de preservación. Su piel dura, pero intacta, mantuvo su color. Hubo un segundo reconocimiento en Abril 18, 1925, poco antes de su Beatificación el 12 de Junio de 1925.

Beatificación y Canonización

Beatificación
El 2 de junio de 1925, en la sala del Consistorio, el papa Pío XI declaraba que Bernardita podía ser proclamada Beata.
En la mañana del domingo 14 de junio, fiesta del Corpus, la Basílica de San Pedro vibraba de alegría, resplandeciente de luz. Bajo sus bóvedas y su cúpula dorada, un gentío inmenso estaba reunido junto a la Madre María Teresa Bordenave, Superiora general de la Congregación de las Hermanas de la Caridad de Nevers, y de gran número de sus religiosas.
Leído el texto de la beatificación estallaron los aplausos. Luego fue el canto del "Te Deum", cuando las campanas de San Pedro empezaron a repicar. En ese mismo momento era descubierto un cuadro de Bernardita, representando a la vidente de Lourdes llevada por los ángeles hacía la Virgen Inmaculada que le tendía los brazos.
Desde entonces, Bernardita, honrada como Beata tendrá su fiesta litúrgica, su oficio propio, allí donde Roma lo permita. Se podrán exponer y venerar públicamente sus reliquias.
Arrodillado en el centro del coro, Pío XI se recoge. Alguien va hacía él, mientras termina su oración : el más joven de los hermanos de Bernardita, Pedro Soubirous va a ofrecer al jefe de la Iglesia una reliquia de su bienaventurada madrina.
El 3 de agosto siguiente el cuerpo de Bernardita será depositado en el coro de la gran capilla del convento de San Gildard en Nevers (Francia).

Canonización
El 8 de diciembre de 1933, el papa Pío XI pronuncia solemnemente la fórmula de la canonización de Bernardita :
"En honor de la Santísima e indivisible Trinidad, para la exaltación de la fe católica y para el incremento de la religión cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y la Nuestra,, después de madura deliberación y habiendo implorado la ayuda divina, el parecer de nuestros venerables hermanos los cardenales de la Santa Iglesia Romana, los Patriarcas, los Arzobispos y Obispos, declaramos y definimos Santa a la Beata María Bernarda Soubirous y la inscribimos en el catálogo de los Santos,, estableciendo que su memoria será piadosamente celebrada todos los años en la Iglesia universal el 16 de abril, día de su nacimiento para el cielo. En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" .
Al terminar la Misa Solemne celebrada por el Papa Pío XI, los asistentes entonaron espontáneamente el canto del "Ave María", como se canta en Lourdes.

3 comentarios:

  1. gracias
    por esta hermosa lectura de la aparición de Nuestra señora a Santa Maria Bernarda

    ResponderEliminar
  2. Muchas Gracias amo a mi hermosa Santa María Bernarda Soubirous

    ResponderEliminar
  3. Querida Santa Bernardita, estas siempre en mi corazón.
    Gracias por todo y espero poder ir pronto al santuario en Lourdes es ese mi ferviente deseo.
    Amén

    ResponderEliminar